La Navidad y la mirada del corazón sencillo


Celebramos en estos días de Navidad un hecho increíble, incomprensible, inabarcable: Dios se ha hecho hombre; la Lógica eterna se ha hecho criatura mortal, el Creador se ha hecho Frágil. Sí, frágil como un Niño que nace en una aldea perdida y que, sin siquiera lugar en la posada, duerme donde come el ganado.
Historia extraña esta la de un Dios hecho Niño dispuesto a vivir negado desde su nacimiento. Solo unos pocos lo reconocerán: sus padres pobres, María y José, los pastores, gente mal vista en su sociedad, y unos extranjeros, unos magos de oriente. Todos ellos lo descubrirán con la mirada sencilla del corazón que enseña lo que los sentidos no abarcan.
Y sin embargo, el silencio de Dios irrumpió en la historia y comenzó a hablar a través de la vida de ese Niño que un día morirá en la cruz, otra vez negado, otra vez sólo reconocido por unos pocos que más tarde lo descubrirán resucitado. Y así, desde la fragilidad, desde la completa dependencia, desde la absoluta debilidad de ese Niño, la Luz empezó a colarse por una rendija abierta en el corazón del Hombre, y la esperanza de una libertad plena, de un amor eterno, de una justicia infinita inició su caminar por los senderos de la historia, y la máscara de la realidad aparente y caduca que nos muestran nuestros sentidos empezó a dejar de cubrir esa realidad nueva que se descubre desde el corazón sencillo que la busca.
Así que, FELIZ NAVIDAD.
Juan Pablo Navarro

La alegoría de la meteorología de la JMJ - La vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud

La Vigilia de la JMJ 2 
Providencial alegoría la que la naturaleza casual nos brindó en la celebración de la Vigilia de la JMJ en Cuatro Vientos. Primero, un calor de desierto, luego la tormenta, por último, la calma y el silencio. Pudo parecer al necio bufón que sus anhelos se habían cumplido; la naturaleza había bramado y callado al Papa y, sin embargo, el hombre sabio y creyente descubrió la bendición de Cristo.
Sí, fue calor de desierto el que sufrieron cerca de dos millones de jóvenes. Es el desierto el lugar donde todo lo necesitamos; donde el pueblo de Israel peregrinó en busca de la Tierra Prometida; donde Cristo venció las tentaciones; el símbolo del mundo donde trascurren nuestros días. Con ese calor, cinco jóvenes plantearon sus preguntas, sus dudas, sus desiertos; desde los temores de una alemana que se iba a bautizar hasta el sentido del dolor y el hambre que una keniata sufre en su tierra. Y, cuando el Papa iniciaba su homilía, el calor se transformó en tormenta. Así, del desierto donde se experimenta el silencio de Dios se pasó a la luz que ilumina el cielo oscuro y al trueno que resuena poderoso.
En la tormenta sufrieron nuestros antepasados el miedo de una naturaleza que les sobrepasaba y les hacía pequeños. Pero un día que se remonta a nuestro más profundo pasado, un hombre descubrió la idea más trascendente, descubrió la idea de Dios. Encontró un Otro que es luz y que nos habla. Descubrió un Otro que nos guía y nos escucha.
Por otro lado, la tormenta significa los contratiempos de la vida que nos hacen zozobrar: la duda, el dolor y la muerte. Así que, tras veinte minutos de lluvia, rayos y truenos, el hombre humilde y creyente no reanudó su discurso sino que simplemente dio “gracias por vuestra alegría y resistencia” y afirmó que “el Señor con la lluvia nos manda muchas bendiciones. También en esto sois un ejemplo”. Y es que la Palabra más importante iba a resonar como un luminoso y estruendoso grito en el más estremecedor de los silencios.
Un humilde círculo de pan bendecido, un sencillo pan obra de la mano del hombre, se expuso a los bendecidos y ellos lo contemplaron. Y donde el necio bufón no vería ni escucharía nada, donde solo la burla seca y árida pasaría por su mente, ellos vieron y escucharon a Cristo. La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y el humilde pan fue Cristo y camino de eternidad. Y dos millones de silencios clamaron con un solo eco de vida, de amor, de trascendencia. La lagrima regó el rostro, el corazón latió y el cuerpo se estremeció y hasta el más necio, el más indiferente, el más amante de la Verdad que lo contempló, supo que el silencio hablaba, que un calor abrasador recorría cada alma, que una luz intensa mostraba el camino, que una atronador voz nos interpelaba y que sólo podíamos reconocer que Cristo estaba allí. Y que desde allí, al sur, al norte, al este y al oeste, a los cuatro vientos, habría más de dos millónes de jóvenes voces que le pondrían rostro, pies y manos. Laus Deo.

La duda en la Introduccíon al Cristianismo de Joseph Ratzinger - Benedicto XVI

Cuando lo eligieron Papa no lo comprendí. Me quedé perplejo y no entendía el porqué. ¿Cómo lo habían elegido a él? Sin duda estaba influido por la imagen que el mundo da de cada cual, una apariencia que no acerca sino aleja de la persona real que representa. Posiblemente esperaba un Papa más acorde con lo que el mundo esperaba, alguien más cómodo para no ser atacado por los intransigentes. En realidad, a Joseph Ratzinger no lo conocía, sólo había oído hablar de Ratzinger Z.
Lo empecé a conocer cuando escuché atentamente su primera homilía en la que iba explicando toda la simbología que acompañaba a su nuevo oficio. Era un lenguaje claro, preciso, humilde. Recordaba a un profesor que sabía que su servicio era, con completa humildad, enseñar lo poco que sabía a los demás. Mi imagen de él empezó a cambiar y la duda se trocó en esperanza.
La lectura de sus libros me han llevado a conocerlo personalmente, como conocemos a Cervantes, a Shakespeare, a Moliere. Y con ellos llegó la admiración. Encontré un pensamiento abierto, profundo, tolerante. En ellos se respira generosidad, humildad y, sobre todo, se descubre una intensa búsqueda de la verdad a través de la razón y a través de la fe. En ella se encuentra a un hombre asido a Verdad que es Cristo.
Releo este verano uno de sus libros más reconocidos, “La Introducción al Cristianismo” (1968), en el que trata sobre lo que creemos los cristianos. Comparto con vosotros un breve resumen de los que dice sobre la duda y la fe en la introducción a la Introducción:
El creyente no vive sin problemas, sino que está siempre amenazado por la caída en la nada. Pero tenemos que reconocer y hemos de decir que los destinos del hombre se entrelazan: tampoco el no-creyente vive la existencia encerrada en sí misma, …, siempre le acuciará la misteriosa inseguridad de si el positivismo tiene realmente la última palabra…
Es ley fundamental del destino humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la duda y la fe, entre la impugnación y la certidumbre. Quizá justamente por eso, la duda que impide que ambos se cierren herméticamente en lo suyo, pueda convertirse ella misma en un lugar de comunicación. Impide a ambos que se recluyan en sí mismos: al creyente lo acerca al que duda y al que duda lo lleva al creyente. Para uno es participar en el destino del no creyente; para el otro la duda es la forma en que la fe, a pesar de todo, subsiste en él como reto.”
Termina su reflexión de la siguiente manera refiriéndose más en concreto a la fe en Cristo:
“Como hemos visto anteriormente, esto no nos libra de pensar. ¿Eres tú de verdad el que ha de venir? esto es lo que, en un momento duro y angustioso, preguntó Juan Bautista… El creyente vivirá siempre en esa oscuridad que crea a su alrededor, como prisión en la que no pude huir, la oposición del que no cree. La indiferencia del mundo, que sigue adelante cono si nada hubiera sucedido, parece ser sólo una burla a sus esperanzas. ¿Lo eres realmente? A hacernos esta pregunta nos obliga la honradez del pensamiento y la responsabilidad de la razón, y también la ley interna del amor que quisiera conocer más y más a Aquel a quien ha dado su sí para poder amarlo más y más…”
De esta manera, añado yo, los creyentes y no-creyentes no son, gracias a la duda, rivales en un campo de batalla sino buscadores de la verdad; los no-creyentes creeran que esa búsqueda se encuentra en la soledad de su pensamiento y los creyentes la buscarán en la experiencia gozosa del encuentro con Cristo, la Verdad que nos hará libres (Juan, 8, 32). No habrá batalla entre personas, habrá guerra entre el Bien y el Mal donde nunca debemos prejuzgar al aliado, pues como dijo Jesús, quien no está contra nosotros está a favor nuestro (Marcos, 9, 40).
Espero que esta breve reseña ayude a poner en duda la idea que tenías del hoy Benedicto XVI. Y ello no tiene importancia por él, ya que ningún cristiano sigue al Papa, de igual manera que no seguimos a San Pedro, a San Francisco de Asís ni a Teresa de Calcuta; seguimos a Cristo. Y, por ello, por honradez y por razón, debemos remover los obstáculos y dudas que nos alejan de su amor gratuito.
P.D. : El 25 de septiembre de 2011, Benedicto XVI ha pronunciado la siguiente frase en su viaje pastoral a Alemania: “Un agnóstico que no encuentra la paz por la cuestión de Dios y tiene deseo de un corazón puro está más cerca de Dios que los fieles rutinarios que ya solamente ven en la iglesia al b0ato. sin que su corazón quede tocado por la fe”

Procede de la Bitácora de Maratania

La Solemnidad de Corpus Christi. Historia y sentido

http://maratania.files.wordpress.com/2011/06/corpus3-maratania.jpgLa Solemnidad de Corpus Christi se remonta al siglo XIII. Las visiones de Santa Juliana de Mont y el milagro de Bolsena contribuyeron a que Urbano IV publicase la bula “Transiturus” el 8 de septiembre de 1264, en la cual ordenó que se celebrara la solemnidad de “Corpus Christi” cada jueves después del domingo de la Santísima Trinidad.
El propio Urbano IV había conocido de la propia Juliana su visión de la Iglesia bajo la apariencia de luna llena con una mancha negra que significaba la ausencia de una fiesta para conmemorar la Eucaristía. Por otro lado, ocurrió el hecho milagroso de Bolsena: En el año 1264 el Padre Pedro de Praga dudaba sobre el misterio de la transustanciación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en la Eucaristía. Acudió así en peregrinación a Roma para pedir sobre la tumba de San Pedro la gracia de una fe fuerte. De regreso de Roma, cuando celebraba la Santa Misa en Bolsena, la Sagrada Hostia sangró llenando el Corporal de la Preciosa Sangre. Éste, aún se conserva en la catedral de Orvieto.
Como parte de la celebración de esta festividad, la procesión del Corpus Christi, en la que la hostia consagrado sale del sagrario de la iglesia y recorre las calles en una custodia, es tradicional en muchas localidades del orbe católico. En España, son singularmente famosas las de Toledo, Sevilla y Granada.
La Eucaristía es una experiencia fundamental ligada a la vida de cualquier santo, de cualquier católico. En ella se condesan las virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad. Por ello, cualquier cristiano que quiera vivirlas con intensidad pone la Eucaristía en el centro de su vida y no hay ningún santo que en ella no se centrase desde San Francisco de Asís a Teresa de Calcuta, desde San Pablo al más humilde de los santos anónimos. La Eucaristía es Parusía, significa la presencia viva de Cristo y es anticipo de su segunda venida. Confiamos en Dios, esperamos la venida de Cristo y vivimos en su Amor.
Decía el paleontólogo (descubridor junto con Henri Breuil del Homo erectus pekinensis) y teólogo jesuita Teilhard de Chardin en “El medio divino”: “No hay más que una misa y comunión. Estos actos diversos no son, sino puntos, diversamente centrales, en los que se divide y se fija para nuestra experiencia en el tiempo y en el espacio, la continuidad de un gesto único. En el fondo, sólo hay un acontecimiento que se desarrolla en el mundo: la Encarnación, realizada en cada uno por la Eucaristía. Todas las comuniones de una vida constituyen una sola comunión. Las comuniones de todos los hombres presentes, pasados y futuros constituyen una sola comunión…
Benedicto XVI lo reseñaba al decir que “La función del sacerdocio es consagrar el mundo para que se transforme en hostia viva, para que el mundo se convierta en liturgia: que la liturgia no sea algo paralelo a la realidad del mundo, sino que el mundo mismo se transforme en hostia viva, que se convierta en liturgia. Es la gran visión que después tuvo también Teilhard de Chardin: al final tendremos una auténtica liturgia cósmica, en la que el cosmos se convierta en hostia viva.”

André Frossard : “Dios existe. Yo me lo encontré"

 (Extraída y resumida de http://caminocatolico.org)
André Frossard nació en Francia en 1915. Como su padre, Ludovic-Oscar Frossard, diputado y ministro durante la III República y primer secretario general del Partido Comunista Francés, Frossard fue educado en un ateísmo total. Encontró la fe a los veinte años en 1935, de un modo sorprendente, en una capilla del Barrio Latino, en la que entró ateo y salió 5 minutos más tarde “católico, apostólico y romano”.
Podéis ver este breve video sobre él si pincháis aquí
(Extractos de su libro Dios existe. Yo me lo encontré)
André FrossardEramos ateos perfectos, de esos que ni se preguntan por su ateísmo. Los últimos militantes anticlericales que todavía predicaban contra la religión en las reuniones públicas nos parecían patéticos y un poco ridículos, exactamente igual que lo serían unos historiadores esforzándose por refutar la fábula de Caperucita roja. Su celo no hacía más que prolongar en vano un debate cerrado mucho tiempo atrás por la razón. Pues el ateísmo perfecto no era ya el que negaba la existencia de Dios, sino aquel que ni siquiera se planteaba el problema. (…)
Dios no existía. Su imagen o las que evocan su existencia no figuraban en parte alguna de nuestra casa. Nadie nos hablaba de Él. (…) No había Dios. El cielo estaba vacío; la tierra era una combinación de elementos químicos reunidos en formas caprichosas por el juego de las atracciones y de las repulsiones naturales. Pronto nos entregaría sus últimos secretos, entre los que no había en absoluto Dios.
¿Necesito decir que no estaba bautizado? Según el uso de los medios avanzados, mis padres habían decidido, de común acuerdo, que yo escogería mi religión a los veinte años, si contra toda espera razonable consideraba bueno tener una. Era una decisión sin cálculo que presentaba todas las apariencias de imparcialidad. ¿A los veinte años quiere creer? Que crea. De hecho, es una edad impaciente y tumultuosa en la que los que han sido educados en la fe acaban corrientemente por perderla antes de volverla a encontrar, treinta o cuarenta años más tarde, como una amiga de la infancia… Los que no la han recibido en la cuna tienen pocas oportunidades de encontrarla al entrar en el cuartel…
Mi padre era el secretario general del partido socialista. Yo dormía en la habitación que, durante el día, servía a mi padre de despacho, frente a un retrato de Karl Marx, bajo un retrato a pluma de Jules Guesde (socialista que colaboró en la redacción del programa colectivista revolucionario) y una fotografía de Jaurès…
Rechazábamos todo lo que venía del catolicismo, con una señalada excepción para la persona -humana- de Jesucristo, hacia quien los antiguos del partido mantenían (con bastante parquedad, a decir verdad) una especie de sentimiento de origen moral y de destino poético. No éramos de los suyos, pero él habría podido ser de los nuestros por su amor a los pobres, su severidad con respeto a los poderosos, y sobre todo por el hecho de que había sido la víctima de los sacerdotes, en todo caso de los situados más alto, el ajusticiado por el poder y por su aparato de represión.

Encontré a Dios sin buscarlo

Sobrenaturalmente, sé la verdad sobre la más disputada de las causas y el más antiguo de los procesos: Dios existe. Yo me lo encontré…
Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios.
Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.
Mi mirada pasa de la sombra a la luz, vuelve a la concurrencia sin traer ningún pensamiento, va de los fieles a las religiosas inmóviles, de las religiosas al altar: luego, ignoro por qué, se fija en el segundo cirio que arde a la izquierda de la cruz. No el primero, ni el tercero, el segundo. Entonces se desencadena, bruscamente, la serie de prodigios cuya inexorable violencia va a desmantelar en un instante el ser absurdo que soy y va a traer al mundo, deslumbrado, el niño que jamás he sido.
Antes que nada, me son sugeridas estas palabras: vida espiritual. No me son dichas, no las formo yo mismo, las escucho como si fuesen pronunciadas cerca de mí, en voz baja, por una persona que vería lo que yo no veo aún.
La última sílaba de este preludio murmurado, alcanza apenas en mí la orilla de lo consciente que comienza una avalancha al revés. No digo que el cielo se abre; no se abre, se eleva, se alza de pronto, fulguración silenciosa, de esta insospechada capilla en la que se encontraba milagrosamente incluido. ¿Cómo describir con estas palabras huidizas, que me niegan sus servicios y amenazan con interceptar mis pensamientos para depositarlos en el almacén de las quimeras?
El pintor a quien fuera dado entrever colores desconocidos, ¿con qué los pintaría? Es un cristal indestructible, de una transparencia infinita, de una luminosidad casi insostenible (un grado más me aniquilaría) y más bien azul; un mundo, un mundo distinto de un resplandor y de una densidad que despiden al nuestro a las sombras frágiles de los sueños incompletos.

Una nueva familia, la Iglesia

… Su irrupción desplegada, plenaria, se acompaña de una alegría que no es sino la exultación del salvado, la alegría del náugrafo recogido a tiempo; con la diferencia, sin embargo, de que es en el momento en que soy izado hacia la salvación cuando tomo conciencia del lodo en que, sin saberlo, estaba hundido, y me pregunto, al verme aún con medio cuerpo atrapado por él, cómo he podido vivir allí, respirar allí.
Al mismo tiempo me ha sido dada una nueva familia, que es la Iglesia, que tiene a su cargo conducirme a donde haga falta que vaya; bien entendido que, a pesar de las apariencias, me queda alguna distancia que franquear y que no podría ser abolida más que por la inversión de la gravedad.
Todas estas sensaciones que me esfuerzo por traducir al lenguaje inadecuado de las ideas y de las imágenes son simultáneas, comprendidas unas en otras, y pasados los años no habré agotado el contenido. Todo está dominado por la presencia, más allá y a través de una inmensa asamblea, de Aquel cuyo nombre jamás podría escribir sin que me viniese el temor de herir su ternura, ante Quien tengo la dicha de ser un niño perdonado, que se despierta para saber que todo es regalo.
Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, “católico, apostólico, romano”, llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.

Una transformación instantánea y total

Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el bautismo, y que miraba entorno a sí, con los ojos desorbitados, ese cielo habitado, esa ciudad que no se sabía suspendida en los aires, esos seres a pleno sol que parecían caminar en la oscuridad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores, las construcciones intelectuales en las que me había repantingado, ya no existían; mis propias costumbres habían desaparecido y mis gustos estaban cambiados.
No me oculto lo que una conversión de esta clase, por su carácter improvisado, puede tener de chocante, e incluso de inadmisible, para los espíritus contemporáneos que prefieren los encaminamientos intelectuales a los flechazos místicos y que aprecian cada vez menos las intervenciones de lo divino en la vida cotidiana. Sin embargo, por deseoso que esté de alinearme con el espíritu de mi tiempo, no puedo sugerir los hitos de una elaboración lenta donde ha habido una brusca transformación; no puedo dar las razones psicológicas, inmediatas o lejanas, de esa mutación, porque esas razones no existen; me es imposible describir la senda que me ha conducido a la fe, porque me encontraba en cualquier otro camino y pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada: no cuento cómo he llegado al catolicismo, sino como no iba a él y me lo encontré. (…)

Alarma familiar

Ese acontecimiento iba a operar en mí una revolución tan extraordinaria, cambiando en un instante mi manera de ser, de ver, de sentir, transformando tan radicalmente mi carácter y haciéndome hablar un lenguaje tan insólito que mi familia se alarmó.
Se creyó oportuno, suponiéndome hechizado, hacerme examinar por un médico amigo, ateo y buen socialista. Después de conversar conmigo sosegadamente y de interrogarme indirectamente, pudo comunicar a mi padre sus conclusiones: era la “gracia”, dijo, un efecto de la “gracia” y nada más. No había por qué inquietarse.
Hablaba de la gracia como de una enfermedad extraña, que presentaba tales y cuales síntomas fácilmente reconocibles. ¿Era una enfermedad grave? No. La fe no atacaba a la razón. ¿Había un remedio? No; la enfermedad evolucionaba por sí misma hacia la curación; esas crisis de misticismo, a la edad en que yo había sido atacado, duraban generalmente dos años y no dejaban ni lesión, ni huellas. No había más que tener paciencia.
Se me toleraría mi capricho religioso a condición de que fuese discreto, como lo serían conmigo. Se me rogó que me abstuviese de todo proselitismo en relación con mi hermana menor. Ella se convertiría a pesar de todo al catolicismo, y mi madre también, bastantes años después de ella.
Frossard escribió el libro de su conversión, Dios existe. Yo me lo encontré, que mereció el Gran Premio de la literatura Católica en Francia en 1969, y que se convertiría en un best-seller mundial. Murió en París en 1995 a los 80 años de edad, tras haber sido uno de los intelectuales católicos franceses más influyentes de su país en el pasado siglo.
............................
¿CASUALIDAD? Añado por mi parte, que he encontrado casualmente esta historia este jueves de Corpus (la fiesta litúrgica se ha pasado recientemente al domingo, aunque en muchos lugares como Sevilla, Granada o Toledo, sigue siendo festivo el jueves). Frossard comentaba que, cuando tuvo esa experiencia, ignoraba que estaba frente al Santísimo Sacramento y añadía: “Una sola cosa me sorprende: la Eucaristía. No que me pareciese increíble, pero me sorprendía que la caridad divina hubiese emcontrado este método inaudito para comunicarse y, sobre todo, que para hacerlo hubiese elegido el pan que es el alimento del pobre y el preferido de los jóvenes”. Concluye con “Amor, para hablar de ti sería demasiado p0co la eternidad”

La Piedad Rondanini de Miguel Ángel y la libertad

http://maratania.files.wordpress.com/2011/06/la-piedad-de-rondanini-de-miguel-c3a1ngel-buonarotti.jpgEl único afán de cada hombre debe ser la libertad. Si tus ideas o tu vida no te hacen libre, cambia de ideas o de vida. La celebración de Pentecostés es una invitación a aceptar la llamada de la libertad. En donde hay un hombre libre está el soplo creador de Dios. De la misma manera que metafóricamente expresa el texto de los Hechos de los Apóstoles, una lengua de fuego se posó en cada uno de ellos, la libertad pertenece a cada uno de nosotros, a ti mismo, a mi mismo, como persona independiente, como rey de mi propia vida, y nos recrea en un hombre nuevo.
La libertad no es tanto la capacidad de elegir entre varios caminos como el fruto de recorrer el camino de la verdad, por eso decimos que la Verdad nos hará libres. Y es sólo un camino porque si la verdad puede ser paradójica, nunca puede ser plural. De esta manera, aunque busquemos por infinitos caminos, sólo hay uno que llegue al puerto donde somos completamente libres.
La elección de ser libres nos lleva a la consecución del ser perfecto que llevamos dentro, en pasar de ser hombres a ser hijos del hombre. Esa perfección la podemos entender en la Piedad de Rondanini de Miguel Ángel.
Miguel Ángel decía algo así como que la estatua estaba dentro del mármol y sólo había que sacarla. La Rondanini fue su última obra y trabajó en ella hasta su muerte en 1564, cerca de cumplir 89 años. Es, por tanto, la obra que representa lo que había llegado a ser, ya sin la cáscara que le cubría.
Como en la propia vida, Miguel Ángel hubiera podido seguir cincelando la Piedad si la muerte no hubiese dejado como definitivo lo que aparentemente estaba inacabado. Hoy sabemos, que su última obra no necesitaba un golpe más.
En ella, la exquisita belleza formal de la Piedad del Vaticano la sustituyó una espiritual belleza interior conseguida a través de la mezcla entre lo “finito” y el “non finito (el non finito es una técnica iniciada por Donatello en que se deja sin esculpir parte de la obra). Es expresión de la vida con sus claros y oscuros, con los caminos hollados y abandonados, con lo vivido y dejado por vivir. Es el cuerpo que muestra el espíritu. Es la perfección de lo aparentemente imperfecto.
Cristo y la Virgen se nos presentan unidos y, a su vez, en un equilibrio inestable, como si el cuerpo de Cristo se le resbalase. Como el Amor, que por un lado es unión con el otro y, a su vez, sumo desprendimiento. Ambos, aparecen de pie, con la madre en un sufrido esfuerzo por sostenerlo, metáfora del amor y de su compañero el sufrimiento.
Vemos en su Piedad, como la completa libertad creadora de Miguel Ángel le llevó a abrir nuevas fronteras, a descubrir nuevas formas de expresión, a ampliar los límites del arte. De igual modo, la libertad del enamorado de Cristo le lleva a una vida nueva y verdadera.

Miguel Ángel esculpió en un inicio el cuerpo de Cristo más adelante y separado de la Virgen. Finalmente, cambió de idea, quedando de esta primera versión un brazo unido a la roca. Es el arrepentimiento más famoso de la historia del Arte. Y ese brazo quedó así, formando parte del todo. Y es que, en el verdadero arte, en la vida vivida en verdad, vivida libre, todo queda integrado, todo comprendido, todo renovado en una realidad que se hace nueva, que se hace infinita, que nos muestra lo uno y lo múltiple, que explica lo que ha sido, lo que es y lo que será, que te deja aquí y te lleva a todas partes, que te hace a ti y te hace otro, que te revela tu yo, que te revela al otro, dejando colmados todos lo anhelos, todos los anhelos de la libertad, que son sólo uno, que son sólo anhelo de lo perfecto, anhelo de trascendencia, anhelo de Dios.
Extraído de la Bitácora de Maratania

La Piedad Rondanini de Miguel Ángel – A propósito de Pentecostés, la libertad y la perfección



Shahbaz Bhatti y el tiempo del perdón

http://maratania.files.wordpress.com/2011/04/shahbaz-bhatti.jpg“Rezad por mí y por mi vida. Soy un hombre que ha quemado sus barcos, no puedo y no quiero retroceder: voy a luchar contra el extremismo y defenderé a los cristianos hasta la muerte”
Se llamaba Shahbaz Bhatti, una lluvia de tiros lo mataron. Lo mataron unos hombres piadosos. Él lo sabía. Era el ministro para las minorías religiosas de Pakistán y había recibido numerosas amenazas de muerte por su intento de derogar la ley sobre la blasfemia, que condena a muerte a quien insulte el Islam o al profeta Mahoma. Era uno de estos raros políticos que consideran que el poder no es para dominar sino para servir; y eligió servir a los débiles y, entre ellos, a la más débil: una mujer, una madre, una prisionera, católica como él, Asia Bibi, condenada a muerte por esa ley.
Sí, él sabía que lo iban a matar y, el 2 de marzo de 2011, ocurrió. Sí, él lo sabía y, por eso, dejó un mensaje para después de su muerte: “Sólo busco un sitio a los pies de Jesús… me consideraría un privilegiado si (por ayudar a los necesitados, los pobres y los cristianos perseguidos de Pakistán) Jesús quiere aceptar el sacrificio de mi vida.”
Sin duda, Caín era un hombre piadoso, de esos que creen que Dios le debe algo por ello. Pero ya sabéis que, entre Caín y Abel, las cosas no fueron bien. Caín atacó a su hermano Abel y lo mató. Su vida futura sería el exilio; y él, que se había hecho señor de la vida de su hermano, temía por la suya:
“Mi culpa es grave y me abruma. Si hoy me haces extranjero en esta tierra, tendré que ocultarme de ti, andando errante y perdido por el mundo; el que tropiece conmigo me matará.
El Señor le dijo: El que mate a Caín lo pagará siete veces.
Y el Señor marcó a Caín, para que, si alguien tropezaba con él, no lo matara.”
Caín no busca el perdón, vive en una angustia que le abruma y ve, en los demás, asesinos como él que no respetarán su vida. Sin embargo, Dios no sólo no ejecuta al asesino de Abel sino que, tras mostrarle que sin Él sólo se vive como un ser errante, le brinda su protección. ¡Qué idea de Dios tan sorprendente la que tenía este escritor de hace más de 2.500 años! No es de extrañar que la asociación contra la pena de muerte vinculada al Partido Radical italiano se llame “Nadie Toque a Caín”.
El autor del Génesis imaginó un mundo perfecto en sus inicios, sin violencia, un mundo en el que, incluso, todos eran vegetarianos:
“Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde”.
Sin embargo, ese mundo idílico se había roto. Entre los descendientes de Caín está un malvado llamado Lamec. Esta es su justicia:
“Yo maté a un hombre por una herida, y a un muchacho por una contusión. Porque Caín será vengado siete veces, pero Lamec lo será setenta y siete”.
Su justicia es una cruel venganza. Aquí resume el Génesis el punto más bajo de la humanidad.
Siglos después, un hombre joven recorrió los campos de Israel proponiendo el perdón como el centro de su doctrina: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces? Jesús le respondió: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18, 21-22). A Él también lo mataron unos hobres piadosos. Sí, Él lo sabía. Y, en su muerte, tal como lo narra Lucas, también estaría el perdón en el centro:
Lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: ¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino. Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.”
Sí, él ofrecía un perdón gratuito y perdonaba a todos porque no sabían lo que hacían. Cómo no perdonar al que camina a ciegas y derrumba todo lo que con él se tropieza porque sin Luz sólo se puede caminar errante.
Paul Bhatti, el hermano de Shabazz, ha dicho: “No he dudado en perdonar a los asesinos… para un cristiano, es un paso necesario para combatir el odio”.

Juan Pablo Navarro
maratania@maratania.es

Los sentidos de la Semana Santa sevillana

http://maratania.files.wordpress.com/2011/04/nazarenos.jpgEl Arte ha buscado siempre alcanzar una obra que satisfaga a todos los sentidos y al espíritu. En la Semana Santa sevillana se encontró ya hace decenios. La vista alcanza a contemplar la belleza de las imágenes, el colorido de la procesión, la emotiva danza de los pasos. El oído se recrea en los sones de la música, en el arrastrar de los pies de los costaleros, en el cantar de las saetas. El olfato huele las flores, el incienso y la cera, mientras el tacto siente como los labios besan la madera de vírgenes y cristos, el roce de la bulla y la piel se emociona en un momento eterno. Hasta las torrijas, los pestiños y la comida de cuaresma deleitan el sentido del gusto.
A este arte total lo redondea la necesaria participación activa del público fiel que las contempla en silencio o bullicioso, sentado o de pie, quieto o moviéndose con la multitud. Unido a la cofradía como devoto o espectador, orante o festivo, como simple curioso o colmado de pasión.
Y qué decir del espíritu. Todo serìa una simple pantomima si la representación que se lleva a cabo no recordara el hecho religioso de la muerte de Cristo. Todo sería vacío si las imágenes no le simbolizaran a Él. Todo sería falso si los actores de la Semana Santa no creyesen esta realidad de fe. Esto es de tal manera, que esta religiosidad impregna la actitud del cristiano y, también, la de todos aquellos que acuden a la Semana Santa movidos por la tradición, la experiencia del rito o la belleza de las procesiones.
La Semana Santa es así un completo goce de los sentidos, una simbiosis entre actores y espectadores, una forma única en que toda una ciudad, Sevilla, se une ante un hecho religioso para creerse y crearse cada año con ritos centenarios y, a su vez, llenos otra vez de novedad, de fe y de amor. Es la conmemoración plena de la muerte de Cristo y la expectativa, ya festiva, de su Resurrección.

Juan Pablo Navarro
maratania@maratania.es

¿Qué probó su muerte?

Hoy es Viernes Santo. Cristo ha muerto en la cruz. Su muerte era la prueba que necesitaban para desenmascararlo. El poder religioso de Israel se alió con el poder político de Roma y lo crucificó. Habían ganado. Dios no había venido en su ayuda para bajarlo de la cruz. Estaba claro, era un falso profeta y ellos tenían razón. La razón del poder había triunfado. La muerte lo había probado. Ese hombre que había predicado un Reino de Dios que habitaba en el corazón de cada hombre, que había ofrecido el perdón y el servicio de unos a otros como los signos visibles de su reinado, había sido derrotado.
Cristo había muerto gritando el salmo 22, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? El silencio de Dios se hace expreso en su boca. Pero a los tres días resucitó. El Dios débil, muerto solo en la cruz a manos del dominio de los hombres, había cambiado el sentido de la humanidad: el mal, el sufrimiento y la muerte ya no eran la última palabra, causa de vacío y de desesperación. El amor, el perdón y la vida eterna era el tesoro que tendríamos que compartir una humanidad de hermanos.
Para muchos, la muerte sigue siendo la prueba del fracaso. Como Pilatos, creen que la Verdad es inalcanzable y es mejor confortarse con las cosas de aquí, sobre todo la más golosa, dominarnos los unos a los otros. Para otros, Cristo reina desde entonces y buscan vivr confiados en Él porque ya nos salvó. Desde entonces, una pregunta nos acucia ¿Creemos en la muerte que dio razón al poderoso o en la resurrección que justificó al débil?
Así concluye el salmo 22:
Todos los confines de la tierra
se acordarán y volverán al Señor;
todas las familias de los pueblos
se postrarán en su presencia.
Porque sólo el Señor es rey
y él gobierna a las naciones.
Todos los que duermen en el sepulcro
se postrarán en su presencia;
todos los que bajaron a la tierra
doblarán la rodilla ante él,
y los que no tienen vida
glorificarán su poder.
Hablarán del Señor a la generación futura,
anunciarán su justicia
a los que nacerán después,
porque esta es la obra del Señor.

Juan Pablo Navarro
maratania@maratania.es
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

Terremotos, maremotos, guerra y Dios

James Joyce decía en su Ulises que hemos venido a aprehender los signos de las cosas.Terremotos, maremotos, guerra, horror, dolor y muerte nos interrogan ¿tiene esto algún sentido? ¿no son suficientes razones para negar a Dios? El que alega esta causa tiene la imagen de un Dios bueno, enemigo del mal. ¿No es éste el Dios de Jesús? Es una paradójica esperanza que, en estos tiempos de descreimiento, la imagen que Jesús dio de Dios sea en la que crean la mayoría de los agnósticos y ateos. Esto es una bendición, ya que los creyentes, agnósticos y ateos que creen en el Dios cristiano son hombres que buscan, aunque sea a ciegas, el camino que a Él lleva y libera, porque hay otros que adoran a Baal y a los becerros de oro que hacen esclavo al Hombre y lo sacrifica en sus altares. En realidad, cuando no creemos en Dios, creemos en un ídolo; y esto vale para los que creen creer en Dios y para los que creen no creer en Él.
Para los cristianos, Jesús es Dios hecho Hombre. Como nosotros, compartió el sufrimiento, el mal y la muerte. Y ésta fue trágica: solo, abandonado por sus discípulos, desacreditado, vencido, torturado. Con la única compañía de algunas mujeres y del discípulo amado, su madre lloraba a un hijo que ante sus ojos moría en una cruz.
Pero los cristianos no creemos que Jesús acabó fracasando ante la muerte. Porque sabemos que Él nos enseñó que Dios está con el que sufre, que con cada hombre que acompaña al sufriente es Dios mismo el que se acerca. Porque sabemos que el Mal no tiene la última palabra y que el perdón nos redime. Y porque sabemos que la muerte no es el final, que la resurrección nos espera hoy siguiendo a Jesús y más allá de nuestra vida terrenal cuando miremos cara a cara al propio Dios
El genial Mingote lo explicaba de manera certera, válida para creyentes y no creyentes. En su viñeta, con el fondo de una paisaje de escombros, un soldado rescataba en brazos a una mujer y se leía:”Menos mal que él también es naturaleza”.
Vuelvo a acudir a mi admirado Óscar Wilde y a su De Profundis escrito en su trágica estancia en la cárcel de Reading:
“Aunque a veces me regocijara en la idea de que mis sufrimientos fueran interminables, no podía soportar que no tuvieran sentido. Ahora encuentro… que no hay nada en el mundo que no tenga sentido, y el sufrimiento menos que nada…
El secreto de la vida es el sufrimiento…Cuando empezamos a vivir, lo dulce es tan dulce para nosotros, y lo amargo tan amargo, que inevitablemente dirigimos todos nuestros deseos al placer…ignorantes de que mientras tanto podemos realmente estar matando de hambre el alma.
Recuerdo haber hablado una vez sobre este tema con una de las personalidades más hermosas de cuantas he conocido: una mujer… una persona para quien la Belleza y el Dolor caminan de la mano y tienen el mismo mensaje…recuerdo haberle dicho que en una sola callejuela de Londres había un sufrimiento bastante para demostrar que Dios no amaba al hombre… Estaba totalmente equivocado. Ella me lo dijo, pero yo no lo podía creer. No estaba en la esfera en donde se alcanza la convicción. Ahora me parece que el Amor de alguna clase es la única explicación posible de la extraordinaria cantidad de sufrimiento que hay en el mundo…
Cristo realizó en toda la esfera de las relaciones humanas esa simpatía imaginativa que en la esfera del Arte es el único secreto de la creación. Él comprendió la lepra del leproso, la tiniebla del ciego, la fiera miseria de los que viven para el placer, la extraña pobreza de los ricos… te habría enseñado que le que le ocurra a otro te ocurre a ti…
Es el alma del hombre lo que Cristo anda buscando siempre. La llama el Reino de Dios y la encuentra en toda persona…”
Sí, es cierto, el sufrimiento, el mal y la muerte deben sernos una revelación y no una estéril pregunta sin fruto; contemplar a Cristo en el otro es la manera de enfrentarse a su sentido. Y aunque la duda nos haga andar con pies de plomo, cada vez, aunque solo sea una, que esta revelación nos alcance, sabremos que sí, que realmente vivimos y sabemos dónde vamos y a Quién vamos. Es ese el afán de cada día.

A cada día su afán, Óscar Wilde y la casualidad (III)

Óscar WildeEstaba la semana pasada preocupado por esas cuentas que no salen. Por las expectativas de ingresos y gastos para este año que mucha imaginación y trabajo tendré que echarle para poder cuadrar. Uno de esos momentos en que miramos con nuestra imaginación el futuro inabarcable con desconfianza y desasosiego. Cuando nos sentimos vulnerables y no sabemos andar sobre el mar, y el miedo nos hace hijos del agobio.
Y, ¡oh casualidad?, el domingo escuché uno de mis textos más queridos, esas hermosas palabras que Mateo pone en boca de Cristo: “No os inquietéis por vuestra vida, pensando qué váis a comer, ni por vuestro cuerpo, pensando con qué se van a vestir… Mirad los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valéis más que ellos? ¿Quién de vosotros, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué os inquietáis por el vestido? Mirad los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo os aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por vosotros, hombres de poca fe! No os inquietéis entonces, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?… El Padre que está en el cielo sabe bien que que lo necesitáis. Buscad primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. No os inquietéis por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su agobio.”
Oscar Wilde lo comenta como nadie en “De Profundis”: Cristo fue la primera persona que dijo a los hombre que debían vivir como las flores. Él fijó la frase... Dijo que no había que tomar demasiado en serio los intereses materiales, comunes; que ser impráctico es una gran cosa. Los pájaros no lo hacen ¿por qué ha de hacerlo el hombre?. Cristo trató el éxito mundano como cosa absolutamente despreciable… Miraba las riquezas como un estorbo para el hombre… Señalaba que las formas y las ceremonias se habían hecho para el hombre, no el hombre para las formas y ceremonias… Las filantropías frías, las caridades públicas ostentosas, los pesados formalismos… los denunció con desdén total e implacable… El predicó la enorme importancia de vivir completamente para el momento. Lo único que Cristo nos dice a modo de pequeña advertencia es que todo momento debe ser hermoso, que el alma debe estar siempre dispuesta para la venida del Novio, siempre esperando la voz del Amante…” ¿Qué puedo añadir a esto?. Quizá sólo recordar que entonces Wilde había perdido su fama, sus riquezas, su amante, su mujer, sus hijos, su salud, vivía prisionero en la cárcel de Reading y sólo le quedaba la “absoluta humildad”.
Hoy sigo agobiado con el mañana, sigo temiendo los caminos que se bifurcan; y es que el mismo Wilde lo advertía: “Cuando digo que estoy convencido de estas cosas hablo con demasiado orgullo… Se puede captar una cosa en un momento único, pero se la pierde en las largas horas que le siguen con pies de plomo… Es en la Eternidad donde pensamos, pero nos movemos despacio en el Tiempo.” Así que pienso en Aquel que no tenía ni dónde reclinar su cabeza y en el poeta doliente en la cárcel de Reading y me digo, sí, hoy, sólo hoy, me ocuparé de los afanes de este día.

Sacar un ojo, cortar una mano; la casualidad (II) y el entusiasmo

Escribí sobre la casualidad el otro día, a propósito del diseño de una caja de pasteles para el convento de Santa María de Jesús, y, casualmente, a los pocos días, me llamó mi amigo Miguel Ángel López, el arquitecto que altruistamente dirige la rehabilitación del convento de Madre de Dios. Me invitaba a una reunión en la que se iba a estudiar la posibilidad de crear una fundación para ayudar a las monjas y quería, también, que colaborase en el diseño de una guía del convento.
Así que este domingo caminaba hacia allí. Venía de participar en la Eucaristía y, mientras andaba, meditaba sobre el Evangelio del día (Mateo 5, 17-37). Habla sobre la radicalidad del seguimiento de Cristo; con metáforas extremas que usan como imágenes las penas que una despiadada ley aplica cuando se incumple, expone como debe ser nuestra actitud y como se debe pasar de una norma ajena que imponen otros a una propia ejecutada por uno mismo (…, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; … Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; …), para alcanzar la plenitud. Parecida actitud a la del artista, a la del médico, a la del alpinista que viven con entusiamo su vocación. Pues bien, iba a tener la suerte de contemplar el rostro de alguien que se había tomado estas palabras en serio.
Ya en el convento, en una sala aledaña a la iglesia, un buen grupo de personas hablamos sobre problemas, sobre como solucionarlos, sobre crear una fundación, estábamos contentos de oírnos, y, mientras tanto, la abadesa, siempre callada, nos escuchaba con una humilde y plácida sonrisa. Era la primera vez que la veía. Así que, al acabar la reunión, me presenté. Conversamos sobre el Arte y sobre Dios; afirmaba como esos artistas que habían labrado el extraordinario templo donde nos encontrábamos participaron de esa luz intensa que nos ilumina en nuestro corazón. Y que reconocemos que no es nuestra, que es de Otro, le indiqué. De lo que ella dedujo, sabiamente, que por eso, los que la abandonaban no caían en la cuenta de que habían renunciado a algo. Su rostro era más radiante que el de una mujer enamorada, sólo contemplarla contagiaba la alegría. De repente, con arrobo, acercando el Evangelio que tenía en sus manos a los labios, lo beso tiernamente mientras sentenciaba: cada vez que lo leo caigo en la cuenta de cuanto me queda por comprender.
De la misma manera que una pareja que se ama sabe que solo la eternidad es tiempo suficiente para encontrarse, ella sabía que solo la eternidad es suficiente para conocer a su esposo, Cristo. Sin duda, nunca había visto a nadie con esa alegría, con esa humilde placidez, con ese entusiamo. Ella, seguro, ya vive el Reino de Dios.

El tiempo de las bendiciones

Las tentaciones de Gustavo DoréEl cristianismo vive durante 40 días la cuaresma, el tiempo de las bendiciones, el tiempo del perdón que culmina con Cristo en la cruz y con Cristo resucitado. En el camino que propone la cuaresma, ayer domingo, cientos de millones de personas reflexionaron sobre las tentaciones de Cristo (Mt 4, 1-11). Entre estas, aviso para despistados, no aparece ninguna Magdalena desfigurada de un superficial vendedor de best-sellers. No, Mateo nos sorprende con la profundidad con la que la comunidad cristiana, 50 años después de la muerte de Cristo, había reflexionado sobre Él, sobre el Mal, sobre las tentaciones que viviría la Iglesia y sobre cómo la juzgaría el Mundo.
Mateo nos presenta la escena con Cristo en el desierto, hambriento tras 40 días de ayuno. El diablo se acerca a Él y le tienta en tres ocasiones. Básicamente, ¿cuáles son?: la primera es por qué no nos da a todos el alimento necesario para liberarnos del hambre; la segunda, por qué no nos demuestra la existencia de Dios y nos libra de la incertidumbre; la tercera, por qué no domina el mundo e impera sobre él. Muchos se preguntarán cómo Mateo puede considerar que estas sean tentaciones, ¿no es justo dar alimento a todos, probar la existencia de Dios, emplearse del poder para alcanzar un mundo justo? Pues sí, las son y a todas Cristo respondió un claro no. El Mal, cuando quiere embaucar al que busca el bien, siempre se presenta bajo la apariencia de lo mejor, de lo moral, de lo correcto, de lo real y constatable en donde Dios nos parece ilusorio e innecesario; sólo aparece bajo su realidad sucia y burda al que ya es esclavo de su poder.
Repasémoslas. Como decíamos, Cristo está hambriento en el desierto, en el lugar donde todo lo necesitamos, y se acerca el diablo y le dice “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes” y le responde: «está escrito: El hombre no vive solamente de pan,sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Puedo imaginarme una sociedad perfecta, donde se nos procure pan, salud y trabajo para todos, todo lo necesario y lo útil. Pued0 imaginármela fría como el hielo. La propuesta de Cristo es diferente. El no niega el pan necesario, en la multiplicación de los panes veremos como da de comer a la multitud. Los momentos son diferentes, el primero, un sucedáneo de pan olvidados de Dios, el segundo, hombres que buscan a Dios, que oran a Él y que comparten fraternalmente. Es más, Cristo nos regalará otro pan, si en la tentación eran piedras convertidas en panes, en el segundo será pan convertido en Él mismo, en el propio Cristo, el pan que alimenta para siempre de la Eucaristía. Y es en ella, donde encontaremos la fuerza para dar pan al que no lo tiene.
La segunda tentación cambia de escenario, en lo más alto del Templo de Jerusalén. Se nos presenta al diablo como un teólogo conocedor de las Escrituras: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra. Jesús le respondió: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios». La tentación recuerda a la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro que cuenta Lucas en la que aquel, ya muerto, pide a Abraham que alguno de los muertos se presenten a sus hermanos, también ricos, para que se arrepientan y Abraham le responde: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán”. Cristo no nos ofreció una realidad más evidente que la que esta posee, no dio más prueba que su propia vida culminada en lo alto del templo del cruz, donde abandonado, fracasado y moribundo volvió a escuchar la misma tentación: “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo”, pero de su boca sólo salieron palabras de perdón. Y cuando llegó su hora definitiva, “el sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y diciendo esto, expiró”. Sí, la única prueba es seguirle encomendados al Padre y vivir la experiencia de su yugo suave, de su carga ligera, aunque el camino te lleve a la cruz.
En la tercera, en una montaña muy alta, el diablo “le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: Te daré todo esto, si te postras para adorarme. Jesús le respondió: Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto». Es la gran tentación, usar nuestro poder dominador para salvar al mundo, cuántas veces habremos caído en ésta, cuántas veces hemos puesto la fe al servicio del poder y como consecuencia la fe se ha retraído. Y sin embargo, Cristo nos propone el camino inverso, no afirmarnos en nuestro poder sino negarnos, no el dominio sino el el servicio, el poder débil del Dios que se puede falsear, que se puede apresar, que se puede matar, pues sólo tiene la fuerza del amor, la fuerza del perdón en el que el perdonado y el que perdona se reconocen como hijos de Dios y se encuentran.
Cuando los cristianos damos pan sin Dios, erramos, cuando predicamos un dios agradable al mundo y que niega al hombre, idolatramos, cuando usamos el poder dominador para traer el Reino de Dios, es más, cuando ofrecemos el cristianismo como medio para conseguir el paraíso material aquí en la tierra, engañamos. Cristo lo que nos trajo fue a Dios y con su muerte, el Reino de Dios es ya, aquí, ahora, el tiempo de las bendiciones ya está aquí: el reino del que confía y se libera del miedo, el reino de la esperanza contra toda esperanza que nos permite caminar alegres sin tregua, del amor que nos lleva al perdón.
Y así, aunque el Mundo nos derrotara, nos abandonara o nos matara como a Cristo en la Cruz, el Mundo no tendría la última palabra porque entonces Dios daría órdenes a sus ángeles, y ellos nos llevarían en sus manos para que no tropezáramos con ninguna piedra y alcanzáramos la nueva vida porque, en el fracaso de la cruz, Cristo ya triunfó y nos regaló, ya para siempre, la vida eterna y allí conocer a Dios.

Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

El Padre Nuestro nos pide tres cosas. La primera es que santifiquemos el nombre del Padre, es decir, que entremos en el ámbito sagrado, que transcendamos de nuestra existencia física para reconocer a Dios.
Lo segundo es que cumplamos su voluntad. Para ello, nos oferta tres cosas: pan, sostenernos en la tentación y librarnos del Malo; y nos pide la tercera, que perdonemos como el perdona. Nos enseña que el perdón es la facultad fundamental del hombre y que al ejercerla nos asemejamos a Dios; perdonamos como Él. En el hombre que perdona veremos, así, el rostro de Dios. Y este perdón no es una simple renuncia a la venganza, es que el perdonado y el que perdona se reconozcan como hijos de Dios y se encuentren.

Juan Pablo Navarro
maratania@maratania.es