Fraternidad

Dadme una sociedad perfecta, donde el estado procura pan, salud y educación, trabajo para todos, todo lo necesario y lo útil. Pueda imaginármela fría como el hielo.
Dadme un individuo que practique la fraternidad. Eso sí calienta mi corazón.

Juan Pablo Navarro
maratania@maratania.es
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“Y tú, Señor, ¿hasta cuando…?” grito existencial ante el silencio de Dios – El Salmo 6

El Salmo 6 es uno de los grandes poemas de la Biblia. En sus versos se rezuma agotamiento, tormento, desesperación. Un hombre llorando en su lecho de dolor es la imagen que nos reproduce. La incomprensión por el hombre del silencio de Dios, el desencuentro constante con Él y su necesario descubrimiento definitivo son temas raíces de la Biblia. Los acontecimientos de cada día nos llevan a sufrir por nuestras preguntas sin respuesta, por el estremecimiento de la soledad. Buscamos desesperadamente, esperanzadamente, una luz que nos sostenga.
El Salmo 6 nos muestra a ese hombre exhausto en su enfermedad espiritual. Son versos para ser leídos con un sentimiento apasionado; debemos sentir en su lectura el tormento, gritar la hartura de silencio y llorar de desesperación para alcanzar el sollozo de gozo final.
Señor, no me reprendas por tu enojo
ni me castigues por tu indignación.
El salmo se inicia con esta súplica para que Dios le libre de su enojo; la conocida ira de Dios. Entendiendo que esta ira nunca se refiere a una pasión de Dios dirigida al hombre sino como el fruto doloroso de la ausencia de Dios. Lógica súplica del hombre que ya padece ésta y se revuelve contra ese dolor que con dramáticas palabras exponen los siguientes versos:
Ten piedad de mí, porque me faltan las fuerzas;
sáname, porque mis huesos se estremecen.
Mi alma está atormentada,
y tú, Señor, ¿hasta cuándo…?
Vuélvete, Señor, rescata mi vida,
sálvame por tu misericordia,
porque en la Muerte nadie se acuerda de ti,
¿y quién podrá alabarte en el Abismo?
Estoy agotado de tanto gemir:
cada noche empapo mi lecho con llanto,
inundo de lágrimas mi cama.
Mis ojos están extenuados por el pesar
y envejecidos a causa de la opresión.
Estos versos escritos hace más de 2.500 años reflejan al hombre de hoy y de siempre, en su sufrido y solitario camino alejado cada vez más de Dios. “Y tú, Señor, ¿hasta cuando…?” refleja nuestro grito existencial ante el silencio de Dios. Y se manifiesta en un dolor que estremece el cuerpo y atormenta el alma, en una muerte donde habita el olvido y Dios no existe. Esa vida lleva al llanto, a quedar postrado en la cama sin avanzar, a la depresión de una vida ciega y vieja.
Su dolor es el del que ya reconoce los síntomas de su mal y quiere sanar. No es un hombre sedado que desconoce que la enfermedad avanza en su interior. Por eso, el salmo concluye con la alegría del salmista. Su oración alcanza la misericordia y ruega a Dios que el mal, el sufrimiento y la muerte retrocedan avergonzados.
Apártense de mí todos los malvados,
porque el Señor ha oído mis sollozos.
El Señor ha escuchado mi súplica,
el Señor ha aceptado mi plegaria.
¡Que caiga sobre mis enemigos
la confusión y el terror,
y en un instante retrocedan avergonzados!
Con esa esperanza vivimos; con la esperanza de que nuestra oración que brota desde nuestra alma seca, sorda y ciega, alcance la luz de Dios y ya no tengamos miedo.

Juan Pablo Navarro
maratania@maratania.es
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La Carta que me enviaron los Reyes Magos



Son ya bastantes los años en los que en este día te enviámos regalos. Ahora, hemos pensado que sería bueno escribirte a ti en vez de que nos escribas a nosotros y descubrirte los mejores regalos que ya posees.
Todos los hombres tienen algo que les guía y es preciso acertar con la estrella que alumbra nuestros pasos y, una vez encontrada, no perderla. Así nos pasó a nosotros, fuimos a donde habitaba el mundo, el poder y el dinero y dejamos de verla. Sabrás que sólo por la lectura de la Palabra la volvimos a ver y que esta nos llevó a ese pequeño y débil niño que había nacido en los aledaños de un pequeño y olvidado pueblo, Belén, y que reposando en un pesebre, donde comen los animales, se ofrece como alimento para todos. Y así, nosotros le ofrecimos nuestro oro, nuestro incienso, nuestra mirra, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra existencia, para que nuestras vidas tuvieran sentido.
Así que te animamos a que tu vida sea un encuentro con Jesús, Dios que nos salva. Por ello, déjanos que te recordemos muchos de los regalos que ya tienes.
Primero, el de la Palabra recogida en la Biblia. Léela, a poder ser, diariamente. La Biblia es buena literatura y su profundo sentido no se alcanza de una lectura superficial. Es necesario leerla, releerla y buscar su entendimiento. Ser sabio, es decir, saber desenvolverse en la vida, es lo que puedes alcanzar con ella. ¿Tienes algo mejor?
Segundo, la oración. Los cristianos podemos vivir en oración continua. Eso, entre otras muchas cosas, significa que toda nuestra vida es una oración. Cristo habita en tu corazón y te acompaña, créelo porque es así. Lo percibas o no, Él siempre esta ahí. Así que descubre su presencia en todo momento. Eso significa que nunca estás solo, que vives acompañado: aprende a hablarle y a escucharle. Este diálogo te llevará a superar una de las tenazas que te aprietan en la vida: la soledad. Tu vida será cada día más confiada por mucho que arrecie el temporal y siempre, cuando no puedas andar sobre las aguas y te ahogues, podrás asir la mano del que siempre te acompaña.
Me dirás que la oración te resulta seca. No es ningún secreto que muchos de nuestros retos pasan por la aridez del estudio, de la repetición, de la frustración. Eso puede ser cierto pero ¿no es acaso imagen del desierto de nuestras vidas? Te es necesario andar por ese desierto y sentir sed para que, cuando llegues a ricos manantiales, puedas saciarla. Y, sobre todo, recuerda que oración es comunicación; comunicación contigo y con Él, donde se haya toda respuesta.
Tercero, y este es privilegio de los católicos, tienes el gran regalo de los sacramentos, sobre todo el de la Reconciliación y el de la Eucaristía. No seas insensato y aprovéchalos, nada hay en la vida que te dé más riqueza que éstos. Te lo repito, ni un buen coche, ni un buen trabajo, ni una buena casa, con ser cosas buenas, son comparables al perdón y al alimento de Cristo.
Descubrir qué nos estorba en nuestro camino debe ser una gran alegría, pues conocer lo que nos obstaculiza nos permite buscar los medios para superarlo y, de este modo, el perdón es lo que lo remueve. A su vez, sé siempre pródigo en el perdón. Si rezas atentamente el Padrenuestro descubrirás que de las peticiones que se hacen solo hay una en la que nos igualamos a Dios, el perdón: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Por otro lado, el mayor regalo es la Eucaristía, nuestro alimento. ¿Eres consciente de que es el mismo Cristo el que se te ofrece como en el pesebre? Como en la oración, podrás decirme que no sientes nada, que no te dice nada; pero si es así, como en aquella, hablará más del desierto de tu alma que de la Misa misma, asistir a ella es una suerte que no debes desaprovechar. En ella obtendrás la fuerza que necesitas en este camino que es la vida y, de alguna manera, es ya anticipo de la vida nueva que vivirás tras ésta. La Misa es el rito más profundo e inabarcable y es compendio de la vida cristiana. Además, es acción de gracias y necesitamos dar gracias en todo momento, pues no hay mayor felicidad que la del que se sabe regalado. Y es necesario hacerlo en comunidad, pues Cristo nos lo señaló así; nuestra fe no es de solitarios sino de hermanos que comparten un mismo credo. Por tanto, no les niegues a tus hermanos el amor de tu fe cada domingo y, si lo necesitas, cada día.
Sí, es necesario compartir y, por eso, busca la Palabra en compañía, reza con otros, disfruta de los Sacramentos con los demás, sobre todo con los más próximos, con tu prójimo, y, más que nadie, con quien compartes cada día. Haz con ella, al menos, la oración nocturna y, déjame decirte, que aunque uno de vosotros, o los dos, acabéis abatidos por el sueño, no habrá nada en el día que contribuya más en vuestra convivencia.
La soledad, el dolor y la muerte son los miedos del camino. Cristo se ofrece para superarlos, dándote compañía, revelándote el sentido y resucitándote tras el día postrero. Este Mundo, en cambio, a la soledad le añade angustia, al dolor penuria, a la muerte tragedia. Así que verás que, como cualquier regalo, nada se te pide, todo se te ofrece, sólo hace falta aceptarlo. Y aceptado, descubrirás que, cada día, tú mismo y los otros se harán más el Otro y tu amor será más pleno. Y la vida tendrá sentido y siempre estará colmada de Esperanza.
Y con ello, nos despedimos y te aseguramos que nunca te hemos dado mejor presente que el que conllevan estas palabras. Así que, disfruta de tu regalo y entiende que el cristianismo no es un conjunto de normas ni de ritos ni de creencias en común, aunque, como cualquier cosa de los hombres, las tenga, sino que es la historia de un encuentro personal de uno mismo con Cristo. Ya muchas de tus puertas se las has abierto, sigue abriéndolas una a una para que Él habite en ti, aunque su amor es tan inmenso que sólo la eternidad lo abarcará.


 
Juan Pablo Navarro 
maratania@maratania.es