
James Joyce decía en su Ulises que hemos venido a aprehender los signos de las cosas. Terremotos, maremotos, guerra, horror, dolor y muerte nos interrogan: ¿Tienen estos algún significado? ¿No son un sinsentido? ¿No son suficientes razones para negar a Dios?
Es una esperanza que, en estos tiempos de descreimiento, el Dios Amor que nos mostró Jesús sea la única idea admisible para agnósticos y ateos: un dios bueno, enemigo del mal. Esto es una bendición, ya que los incrédulos que atisban la bondad del Dios cristiano, se acercan, aunque la luz todavía sea tenue, al camino que conduce a Él.
Aunque tristemente, aunque ya nadie cree en un dios malvado como Baal, paradójicamente lo adoramos en los becerros de oro que hacen esclavo al Hombre y lo sacrifica en sus altares. En realidad, cuando no confiamos en Dios, abrimos la puerta para que en nuestro corazón habiten los ídolos. Como decía Cristo: «de lo que está lleno el corazón habla la boca».
Para los cristianos, Jesús es Dios hecho Hombre. Como nosotros, compartió el sufrimiento, el mal y la muerte. Y ésta fue trágica: abandonado por sus discípulos, desacreditado, vencido, torturado. Con la única compañía de algunas mujeres, y del discípulo amado, su madre lloraba a un hijo que ante sus ojos moría en una cruz. Aunque en María, habitaba la esperanza.
Los cristianos no creemos que Jesús acabó fracasando ante la muerte. Sabemos que Él nos enseñó que Dios está con el que sufre, que, con cada hombre que acompaña al sufriente, es Dios mismo el que se acerca. Porque afirmamos que el Mal no tiene la última palabra y que el perdón nos redime. Y porque sabemos que la muerte no es el final, que la gracia puede hacer que un hombre nuevo nazca cada día, siguiendo a Jesús iluminados por el Espíritu Santo, y que, más allá de nuestra vida terrenal, alcanzaremos, por su misericordia, mirar cara a cara al propio Dios.
Sí, es cierto, el sufrimiento, el mal y la muerte deben sernos una revelación que aprehender para construir nuestra vida; no una estéril pregunta sin fruto.
Contemplar el mal armados de Cristo es la manera de enfrentarse a su sentido. Y aunque la duda nos haga andar con pies de plomo, cada vez que esta revelación nos alcance, sabremos que sí, que realmente vivimos y sabremos dónde vamos y a Quién vamos. Es ese el afán de cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario