Terremotos, maremotos, guerra y Dios

James Joyce decía en su Ulises que hemos venido a aprehender los signos de las cosas.Terremotos, maremotos, guerra, horror, dolor y muerte nos interrogan ¿tiene esto algún sentido? ¿no son suficientes razones para negar a Dios? El que alega esta causa tiene la imagen de un Dios bueno, enemigo del mal. ¿No es éste el Dios de Jesús? Es una paradójica esperanza que, en estos tiempos de descreimiento, la imagen que Jesús dio de Dios sea en la que crean la mayoría de los agnósticos y ateos. Esto es una bendición, ya que los creyentes, agnósticos y ateos que creen en el Dios cristiano son hombres que buscan, aunque sea a ciegas, el camino que a Él lleva y libera, porque hay otros que adoran a Baal y a los becerros de oro que hacen esclavo al Hombre y lo sacrifica en sus altares. En realidad, cuando no creemos en Dios, creemos en un ídolo; y esto vale para los que creen creer en Dios y para los que creen no creer en Él.
Para los cristianos, Jesús es Dios hecho Hombre. Como nosotros, compartió el sufrimiento, el mal y la muerte. Y ésta fue trágica: solo, abandonado por sus discípulos, desacreditado, vencido, torturado. Con la única compañía de algunas mujeres y del discípulo amado, su madre lloraba a un hijo que ante sus ojos moría en una cruz.
Pero los cristianos no creemos que Jesús acabó fracasando ante la muerte. Porque sabemos que Él nos enseñó que Dios está con el que sufre, que con cada hombre que acompaña al sufriente es Dios mismo el que se acerca. Porque sabemos que el Mal no tiene la última palabra y que el perdón nos redime. Y porque sabemos que la muerte no es el final, que la resurrección nos espera hoy siguiendo a Jesús y más allá de nuestra vida terrenal cuando miremos cara a cara al propio Dios
El genial Mingote lo explicaba de manera certera, válida para creyentes y no creyentes. En su viñeta, con el fondo de una paisaje de escombros, un soldado rescataba en brazos a una mujer y se leía:”Menos mal que él también es naturaleza”.
Vuelvo a acudir a mi admirado Óscar Wilde y a su De Profundis escrito en su trágica estancia en la cárcel de Reading:
“Aunque a veces me regocijara en la idea de que mis sufrimientos fueran interminables, no podía soportar que no tuvieran sentido. Ahora encuentro… que no hay nada en el mundo que no tenga sentido, y el sufrimiento menos que nada…
El secreto de la vida es el sufrimiento…Cuando empezamos a vivir, lo dulce es tan dulce para nosotros, y lo amargo tan amargo, que inevitablemente dirigimos todos nuestros deseos al placer…ignorantes de que mientras tanto podemos realmente estar matando de hambre el alma.
Recuerdo haber hablado una vez sobre este tema con una de las personalidades más hermosas de cuantas he conocido: una mujer… una persona para quien la Belleza y el Dolor caminan de la mano y tienen el mismo mensaje…recuerdo haberle dicho que en una sola callejuela de Londres había un sufrimiento bastante para demostrar que Dios no amaba al hombre… Estaba totalmente equivocado. Ella me lo dijo, pero yo no lo podía creer. No estaba en la esfera en donde se alcanza la convicción. Ahora me parece que el Amor de alguna clase es la única explicación posible de la extraordinaria cantidad de sufrimiento que hay en el mundo…
Cristo realizó en toda la esfera de las relaciones humanas esa simpatía imaginativa que en la esfera del Arte es el único secreto de la creación. Él comprendió la lepra del leproso, la tiniebla del ciego, la fiera miseria de los que viven para el placer, la extraña pobreza de los ricos… te habría enseñado que le que le ocurra a otro te ocurre a ti…
Es el alma del hombre lo que Cristo anda buscando siempre. La llama el Reino de Dios y la encuentra en toda persona…”
Sí, es cierto, el sufrimiento, el mal y la muerte deben sernos una revelación y no una estéril pregunta sin fruto; contemplar a Cristo en el otro es la manera de enfrentarse a su sentido. Y aunque la duda nos haga andar con pies de plomo, cada vez, aunque solo sea una, que esta revelación nos alcance, sabremos que sí, que realmente vivimos y sabemos dónde vamos y a Quién vamos. Es ese el afán de cada día.

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