Son ya bastantes los años en los que en este día te
enviámos regalos. Ahora, hemos pensado que sería bueno escribirte a ti en vez
de que nos escribas a nosotros y descubrirte los mejores regalos que ya posees.
Todos los hombres tienen algo que les guía y es
preciso acertar con la estrella que alumbra nuestros pasos y, una vez
encontrada, no perderla. Así nos pasó a nosotros, fuimos a donde habitaba el
mundo, el poder y el dinero y dejamos de verla. Sabrás que sólo por la lectura
de la Palabra la volvimos a ver y que esta nos llevó a ese pequeño y débil niño
que había nacido en los aledaños de un pequeño y olvidado pueblo, Belén, y que
reposando en un pesebre, donde comen los animales, se ofrece como alimento para
todos. Y así, nosotros le ofrecimos nuestro oro, nuestro incienso, nuestra
mirra, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra existencia, para que nuestras
vidas tuvieran sentido.
Así que te animamos a que tu vida sea un encuentro con
Jesús, Dios que nos salva. Por ello, déjanos que te recordemos muchos de los
regalos que ya tienes.
Primero, el de la Palabra recogida en la Biblia. Léela,
a poder ser, diariamente. La Biblia es buena literatura y su profundo sentido
no se alcanza de una lectura superficial. Es necesario leerla, releerla y
buscar su entendimiento. Ser sabio, es decir, saber desenvolverse en la vida,
es lo que puedes alcanzar con ella. ¿Tienes algo mejor?
Segundo, la oración. Los cristianos podemos vivir en
oración continua. Eso, entre otras muchas cosas, significa que toda nuestra
vida es una oración. Cristo habita en tu corazón y te acompaña, créelo porque
es así. Lo percibas o no, Él siempre esta ahí. Así que descubre su presencia en
todo momento. Eso significa que nunca estás solo, que vives acompañado: aprende
a hablarle y a escucharle. Este diálogo te llevará a superar una de las tenazas
que te aprietan en la vida: la soledad. Tu vida será cada día más confiada por
mucho que arrecie el temporal y siempre, cuando no puedas andar sobre las aguas
y te ahogues, podrás asir la mano del que siempre te acompaña.
Me dirás que la oración te resulta seca. No es ningún
secreto que muchos de nuestros retos pasan por la aridez del estudio, de la
repetición, de la frustración. Eso puede ser cierto pero ¿no es acaso imagen
del desierto de nuestras vidas? Te es necesario andar por ese desierto y sentir
sed para que, cuando llegues a ricos manantiales, puedas saciarla. Y, sobre
todo, recuerda que oración es comunicación; comunicación contigo y con Él,
donde se haya toda respuesta.
Tercero, y este es privilegio de los católicos, tienes
el gran regalo de los sacramentos, sobre todo el de la Reconciliación y el de
la Eucaristía. No seas insensato y aprovéchalos, nada hay en la vida que te dé
más riqueza que éstos. Te lo repito, ni un buen coche, ni un buen trabajo, ni
una buena casa, con ser cosas buenas, son comparables al perdón y al alimento
de Cristo.
Descubrir qué nos estorba en nuestro camino debe ser
una gran alegría, pues conocer lo que nos obstaculiza nos permite buscar los
medios para superarlo y, de este modo, el perdón es lo que lo remueve. A su
vez, sé siempre pródigo en el perdón. Si rezas atentamente el Padrenuestro
descubrirás que de las peticiones que se hacen solo hay una en la que nos
igualamos a Dios, el perdón: “perdona nuestras ofensas como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden”.
Por otro lado, el mayor regalo es la Eucaristía,
nuestro alimento. ¿Eres consciente de que es el mismo Cristo el que se te
ofrece como en el pesebre? Como en la oración, podrás decirme que no sientes
nada, que no te dice nada; pero si es así, como en aquella, hablará más del
desierto de tu alma que de la Misa misma, asistir a ella es una suerte que no
debes desaprovechar. En ella obtendrás la fuerza que necesitas en este camino
que es la vida y, de alguna manera, es ya anticipo de la vida nueva que vivirás
tras ésta. La Misa es el rito más profundo e inabarcable y es compendio de la
vida cristiana. Además, es acción de gracias y necesitamos dar gracias en todo
momento, pues no hay mayor felicidad que la del que se sabe regalado. Y es
necesario hacerlo en comunidad, pues Cristo nos lo señaló así; nuestra fe no es
de solitarios sino de hermanos que comparten un mismo credo. Por tanto, no les
niegues a tus hermanos el amor de tu fe cada domingo y, si lo necesitas, cada
día.
Sí, es necesario compartir y, por eso, busca la
Palabra en compañía, reza con otros, disfruta de los Sacramentos con los demás,
sobre todo con los más próximos, con tu prójimo, y, más que nadie, con quien
compartes cada día. Haz con ella, al menos, la oración nocturna y, déjame
decirte, que aunque uno de vosotros, o los dos, acabéis abatidos por el sueño,
no habrá nada en el día que contribuya más en vuestra convivencia.
La soledad, el dolor y la muerte son los miedos
del camino. Cristo se ofrece para superarlos, dándote compañía, revelándote el
sentido y resucitándote tras el día postrero. Este Mundo, en cambio, a la
soledad le añade angustia, al dolor penuria, a la muerte tragedia. Así
que verás que, como cualquier regalo, nada se te pide, todo se te ofrece, sólo
hace falta aceptarlo. Y aceptado, descubrirás que, cada día, tú mismo y los
otros se harán más el Otro y tu amor será más pleno. Y la vida tendrá sentido y
siempre estará colmada de Esperanza.
Y con ello, nos despedimos y te aseguramos que nunca
te hemos dado mejor presente que el que conllevan estas palabras. Así que,
disfruta de tu regalo y entiende que el cristianismo no es un conjunto de
normas ni de ritos ni de creencias en común, aunque, como cualquier cosa de los
hombres, las tenga, sino que es la historia de un encuentro personal de uno
mismo con Cristo. Ya muchas de tus puertas se las has abierto, sigue
abriéndolas una a una para que Él habite en ti, aunque su amor es tan inmenso
que sólo la eternidad lo abarcará.
Juan Pablo Navarro
maratania@maratania.es