Estaba en Misa con mi mujer y mis hijos. Era la dedicada especialmente a los niños. Miré a mis hijos, de 3 y 4 años de edad, y estaban felices. Me conmoví al contemplarlos. Extrañamente se me vino a la cabeza el texto del Evangelio de San Lucas sobre la visita de Jesús a la casa de Marta y María:
"Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude"
Jesús le responde: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»
Razón extraña, ¿contemplar cuando hay todo un Mundo que arreglar?
Pero viendo a mis hijos admití que los amo porque los contemplo. Y es eso lo que me lleva a amarlos, es decir, a darme, a ofrecerme, a regalarme.
Y contemplando al otro das agua al sediento, vistes al desnudo, visitas al preso y al enfermo en nombre de Dios, es decir, das el agua que quita para siempre la sed que es Jesús, vistes de la Palabra de Dios al que la ignoraba y liberas al preso y al enfermo del Mal que le aleja de los demás.
Por eso, el paso más difícil es el primero, contemplar al otro que es el Otro.
Por ello, Teresa de Calcuta afirmaba de esta manera: El fruto del silencio es la oración, el fruto de la oración es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, el fruto del servicio es la Paz.
Juan Pablo Navarro
maratania@maratania.es
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