Se llamaba Shahbaz Bhatti, una lluvia de tiros lo mataron. Lo mataron unos hombres piadosos. Él lo sabía. Era el ministro para las minorías religiosas de Pakistán y había recibido numerosas amenazas de muerte por su intento de derogar la ley sobre la blasfemia, que condena a muerte a quien insulte el Islam o al profeta Mahoma. Era uno de estos raros políticos que consideran que el poder no es para dominar sino para servir; y eligió servir a los débiles y, entre ellos, a la más débil: una mujer, una madre, una prisionera, católica como él, Asia Bibi, condenada a muerte por esa ley.
Sí, él sabía que lo iban a matar y, el 2 de marzo de 2011, ocurrió. Sí, él lo sabía y, por eso, dejó un mensaje para después de su muerte: “Sólo busco un sitio a los pies de Jesús… me consideraría un privilegiado si (por ayudar a los necesitados, los pobres y los cristianos perseguidos de Pakistán) Jesús quiere aceptar el sacrificio de mi vida.”
Sin duda, Caín era un hombre piadoso, de esos que creen que Dios le debe algo por ello. Pero ya sabéis que, entre Caín y Abel, las cosas no fueron bien. Caín atacó a su hermano Abel y lo mató. Su vida futura sería el exilio; y él, que se había hecho señor de la vida de su hermano, temía por la suya:
“Mi culpa es grave y me abruma. Si hoy me haces extranjero en esta tierra, tendré que ocultarme de ti, andando errante y perdido por el mundo; el que tropiece conmigo me matará.
El Señor le dijo: El que mate a Caín lo pagará siete veces.
Y el Señor marcó a Caín, para que, si alguien tropezaba con él, no lo matara.”
Caín no busca el perdón, vive en una angustia que le abruma y ve, en los demás, asesinos como él que no respetarán su vida. Sin embargo, Dios no sólo no ejecuta al asesino de Abel sino que, tras mostrarle que sin Él sólo se vive como un ser errante, le brinda su protección. ¡Qué idea de Dios tan sorprendente la que tenía este escritor de hace más de 2.500 años! No es de extrañar que la asociación contra la pena de muerte vinculada al Partido Radical italiano se llame “Nadie Toque a Caín”.
El autor del Génesis imaginó un mundo perfecto en sus inicios, sin violencia, un mundo en el que, incluso, todos eran vegetarianos:
“Yo les doy todas las plantas que producen semilla sobre la tierra, y todos los árboles que dan frutos con semilla: ellos les servirán de alimento. Y a todas la fieras de la tierra, a todos los pájaros del cielo y a todos los vivientes que se arrastran por el suelo, les doy como alimento el pasto verde”.
Sin embargo, ese mundo idílico se había roto. Entre los descendientes de Caín está un malvado llamado Lamec. Esta es su justicia:
“Yo maté a un hombre por una herida, y a un muchacho por una contusión. Porque Caín será vengado siete veces, pero Lamec lo será setenta y siete”.
Su justicia es una cruel venganza. Aquí resume el Génesis el punto más bajo de la humanidad.
Siglos después, un hombre joven recorrió los campos de Israel proponiendo el perdón como el centro de su doctrina: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces? Jesús le respondió: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18, 21-22). A Él también lo mataron unos hobres piadosos. Sí, Él lo sabía. Y, en su muerte, tal como lo narra Lucas, también estaría el perdón en el centro:
“Lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen… Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro lo increpaba, diciéndole: ¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino. Él le respondió: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.”
Sí, él ofrecía un perdón gratuito y perdonaba a todos porque no sabían lo que hacían. Cómo no perdonar al que camina a ciegas y derrumba todo lo que con él se tropieza porque sin Luz sólo se puede caminar errante.
Paul Bhatti, el hermano de Shabazz, ha dicho: “No he dudado en perdonar a los asesinos… para un cristiano, es un paso necesario para combatir el odio”.
Juan Pablo Navarro
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