“Se juntaron los hermanos que quedaron bibos”. ¡Tremenda frase¡ ¡cuántos escritores habrían deseado que la
inspiración les regalase una frase así! Toda una vida dedicada a ese raro arte de
escribir quedaría justificada con ella. Estás palabras dramáticas se escribieron
en 1649 y han permanecido ocultas hasta que las ha descubierto el periodista Ángel
Pérez Guerra en una de esas tareas con las que nos comprometemos en esta vida y
que, en principio, son poco regalo y mucho
trabajo. Embarcado durante años en escribir una historia de la Carretería
basada en sus archivos históricos, su esfuerzo ha encontrado fruto en su libro Dios, Hombres, Ciudad – Historia y vida de
la Hermandad de La Carretería (Sevilla).
Es eso lo que encontramos en este libro, una historia de fe
y de amor a Dios de los hombres que han dado vida a la Hermandad de la Carretería
en esta ciudad que llamamos Sevilla y que, de la misma manera que lo pequeño
nos habla de lo grande, lo débil de lo fuerte, el átomo del Universo, se nos
convierte en una recreación de la vida del Hombre, de las ciudades que habitamos,
en las que la Vida se mantiene porque siempre unos pocos confiados se unen y
siguen vivos a pesar de la pobreza, de la enfermedad y de la muerte.
Leemos, como, en 1972, el reverendo D. José María Torres
García les decía a los hermanos carreteros que las hermandades están “para propagar
la fe y dar culto a Dios”. Pero, al leerlo, ya sabíamos que ellos lo habían
hecho de manera heroica desde la pobreza. Con su fe superaron los numerosos
años en que la salida y los cultos anuales no dependían de la climatología,
como en los días de hoy, que, aunque en crisis, todavía opulentos, sino de los
limitados recursos, casi siempre insuficientes, de sus hermanos. Y ya habíamos descubierto
cuántas veces unos pocos hombres arrojados, por su fe en Dios, por su amor al
Cristo de la Salud, se juntaron para seguir vivos. Sí, se juntaron como en
aquella ocasión de 1649, en plena peste bubónica que diezmó a media Sevilla,
para volver a elegir a los nuevos oficiales de la cofradía porque los que habían
elegido una semana antes habían muerto todos y porque los que quedaban
necesitaban estar vivos de cuerpo y alma para dar vida a la Vida.
Y es que este es el carisma de los cristianos: confiar a
pesar de nuestro saber, esperar contra toda esperanza, y amar aunque estemos
desolados. Así que, querido Ángel, amigo mío, gracias por tu paciente afán,
pues me has mostrado en el testimonio de estos humildes hermanos lo que es nuestra
Fe, lo que es estar vivo.
Juan Pablo Navarro
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