Soy un simple aficionado a la música y lo ignoro todo respecto a la
teoría musical. Con mucha dificultad puedo descubrir las entrañas de
cualquier composición y, sin embargo, la música me emociona y me eleva. Hay algo
singular en nuestra especie que hace que cualquier hombre de cualquier
época ante un conjunto de notas dispuestas de determinada manera pueda
sentir las lágrimas de san Pedro en la
Pasión según San Mateo
de Bach o ganas de bailar con Radiohead.
No nos diferenciamos en nada de
aquel hombre que fuimos y que, en torno a la hoguera, escuchaba atento
una historia arcana, que podría no entender, mientras vibraba con los
sonidos sincopados de primitivos instrumentos.
Algo inmensamente bello
debió depositar el buen Dios en aquella ameba primigenia de la que todos
descendemos y que navegaba silente por océanos inmensos escuchando la
música celestial de las esferas, de manera que a ti y a mí, la música
siga, como ameba multiforme, adaptando nuestras formas de estar,
nuestras formas de pensar, nuestras vidas en suma y ayudándonos a
descubrir la alegría, la tristeza, el desasosiego, el enternecimiento, la
agitación, la inquietud, el temor, el amor, la belleza, la
superficialidad, la transcendecia, las más intensas emociones;
la exaltación y el silencio que lleva a Dios.
"Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa"
Salmo 146.
Juan Pablo Navarro Rivas