No nos diferenciamos en nada de aquel hombre que fuimos y que, en torno a la hoguera, escuchaba atento una historia arcana, que podría no entender, mientras vibraba con los sonidos sincopados de primitivos instrumentos. Algo inmensamente bello debió depositar el buen Dios en aquella ameba primigenia de la que todos descendemos y que navegaba silente por océanos inmensos escuchando la música celestial de las esferas, de manera que a ti y a mí, la música siga, como ameba multiforme, adaptando nuestras formas de estar, nuestras formas de pensar, nuestras vidas en suma y ayudándonos a descubrir la alegría, la tristeza, el desasosiego, el enternecimiento, la agitación, la inquietud, el temor, el amor, la belleza, la superficialidad, la transcendecia, las más intensas emociones; la exaltación y el silencio que lleva a Dios.
"Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa"
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa"
Salmo 146.
Juan Pablo Navarro Rivas
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