Sor Adela y la vida contemplativa en el convento de madre de Dios

Madre de Dios niño jesus jeronimo hernandez
Como una de las virtudes divinas es la paciencia, no es de extrañar que haya pasado más de un año desde que iniciamos el proyecto de realizar una guía del convento de Madre de Dios que ayudase a su conservación y que hasta ayer no haya podido acercame a hacer fotografías. ¿Cuánto pasará hasta que lo publiquemos?. Pero bueno, la cosa es que, con mi amigo, el arquitecto Miguel Ángel López, me acerqué allí y disfruté de una de esas mañanas que guardo en mi memoria y hacen grato mi trabajo.
Subimos a la hornacina principal del altar mayor y pude contemplar desde esa altura los esplendidos alfarjes de la capilla mayor. La nave de la iglesia y el coro se extendían ante mis ojos, acompañado por la magistral imagen de la Virgen del Rosario de Jerónimo Hernández. Los ojos del Niño Jesús que sujeta en sus brazos tienen una mirada melancólica que te atrapa y no te suelta.
Bajamos a la nave para retratar el altar mayor y los laterales de excelente talla. Un enorme artesonado cubre la iglesia y alcanza al coro, zona claustral en la que pude entrar. El coro bajo lo separa del alto una colosal cubierta de fuerte vigas de madera. Allí se encuentra un esplendido santo Domingo de mirada arrobada, también de Jerónimo Hernández.
Miguel Ángel se había tenido que marchar, así que continué ese paseo con la abadesa, sor Adela. Tuve la misma impresión de hace un año, un rostro radiante de una mujer enamorada, al que sólo contemplarlo contagiaba la alegría. Era evidente que su pasión no sufría el tiempo, ésta no se marchitaba sino que arrraiga más y más.
La conversación con ella fue intensa. Hablamos sobre la contemplación, sobre la vocación y, sobre todo. de Cristo; me comentó como un día, sorpresivamente, sintió una voz del corazón que cambió todos sus planes y de la que tuvo la certeza de no poder resistir, hablamos de que todas las vocaciones proceden actualmente de África, de que el ruido de nuestra sociedad oculta a Cristo; me narró la historia de Paco, la de un drogadicto donde la esperanza iba ganando al miedo; me afirmó la alegría y el regalo que es Cristo. Gestos, silencios y palabras sonaban en ella a plenos, llenos, alejados de la vacuidad de los que vivimos extramuros.
Nuestra sociedad no comprende la vida contemplativa y, sin embargo, hemos de colegir que sólo cuando contemplamos vivimos, sólo cuando sentimos la mano caliente de nuestro hijo lo acompañamos, solo cuando saboremos comemos, solo cuando miramos al otro lo vemos. Quietos o en movimiento, callados o hablando, solos o en compañía, solo cuando contemplamos, estamos. Por eso, sor Adela ha escogido la mejor parte (Lc 10,38-42) y su vida lo refleja. Por eso, mi cámara, de la nave penumbrosa sacaba luz, pues contemplaba el tiempo exacto que necesitaba su mirada.

Juan Pablo Navarro
maratania@maratania.es

Sábado Santo; Cristo descendió a los infienos para llenar la muerte con su luz

Hoy es Sábado Santo y Cristo ha descendido a los infiernos, es decir, ha compartido la experiencia de la muerte.
Hablaba el otro día en ”Los Límites del Amor" de nuestra incomunicación, de nuestra íntima soledad que nos frustra la plenitud y sobre la esperanza en poder algún día colmarla. Así, en esta día en que Cristo muerto reposa en el silencio de  la muerte, creemos que, entonces, accedió a ese reino oscuro, allí donde estaba la más profunda soledad, la más profunda incomunicación, y lo llenó con su Luz y nos abrió la puerta de la eternidad.
Y así, confiamos en que la muerte ya no es negrura, ya no es soledad sin fin, ya no es la nada; y que, cuando llegue nuestra hora, un rostro que es Amor nos acompañará para atravesar esa puerta y alcanzar la eterna, la infinita, la plena Luz de Dios.

Juan Pablo Navarro
maratania@maratania.es

Los límites del Amor y la necesaria Esperanza

Existen barreras para el Amor que dan sólo amor, amor escaso, cercado, de alguna manera frustrado. Cuando el instante que queremos eterno se nos escapa, cuando mirando lo admirado no alcanzamos a aprehenderlo y cuando al ser salvado de las aguas y con gesto agradecido queremos abrazar al que nos dio la mano, comprobamos los limites de nuestros gestos.
Sólo una pared que tocamos, voces que se nos esfuman, sólo una mirada que, cuando más amamos, es como mirar al otro lado a través de un cristal, son el corto premio a nuestra búsqueda. Y aunque amemos confiados siempre hay un más allá que se nos va. Y así, como al contemplar el atardecer en la playa nos regalamos para que no se nos escape ni el tiempo ni el espacio y que todo nuestro yo esté en ese entonces, intensamente, en ese allí, es, en conclusión, sólo arena que resbala de nuestras manos.
Así que entonces, ahora, aquí, sólo me que queda agarrarme a la Esperanza de que habrá un tiempo que no será Tiempo, un Aquí que no será aquí, que será un Cielo en que tú, yo y Él seremos, sí, solo Amor, Amor eterno, Amor total. Que así sea.

Juan Pablo Navarro